Beetlejuice no es un producto de su época. Tim Burton la estrenó en 1988 junto a Michael Keaton, y es tan genial, que sus ironías, el absurdo, su entendimiento de la muerte y varios elementos de su producción corresponden única y exclusivamente a dos grupos: a la audiencia y a los creadores.
Y ambos, afortunadamente, han evolucionado con el paso de estos 36 años. Esto es clave para entender por qué tanto Burton como Keaton decidieron traer a Betlegeuse de regreso. Y por el otro lado, la forma en la que decidieron hacerlo: apelando más a la vida que a la muerte.
Tras el éxito de la película, se puso en marcha una secuela en la que veríamos al bioexorcista en Hawai. Pero eventualmente el proyecto se canceló. Durante años, enormes presupuestos desfilaron frente a Burton y Keaton, pero ya ninguno de los dos estaba interesado en “revivirlo”.
Irónicamente, no le veían el sentido a Beetlejuice ni estaban convencidos de tener una historia lo suficientemente divertida y random, como para volver a ver al icónico personaje en la pantalla. Entonces, ¿por qué hacerlo ahora?, ¿por qué esperar más de 30 años?, ¿por qué regresar al burocrático afterlife?
En nuestra entrevista con Tim Burton y Michael Keaton por Beetlejuice Beetlejuice, platicamos sobre la filosofía alrededor de la primera cinta y esta secuela. Pensamos que el entendimiento de la muerte en la cinta de 1988, giraba en torno a la misma: Death Happens.
Adam y Barbara mueren en un accidente. Regresan a su casa y se dan cuenta que están muertos. Cualquiera habría pensando que la reacción “natural” al descubrir que son fantasmas atados a su casa, sería de miedo o pánico. Pero se lo toman sorpresivamente “bien”. Incluso Adam le dice que sus preocupaciones ya no estarán ahí porque… están muertos.
Sin embargo, cuando van al afterlife, se dan cuenta que es una réplica exacta de la realidad. Que ese limbo o purgatorio es un enorme entramado de burocracia en el que hay que esperar un turno. El mismo Burton dijo que la idea era decirnos que una vez muertos, los problemas no se van, sino que agarran la condición de eternidad. ¡El horror!
Pero el punto es que el entendimiento de la muerte para Burton no era como el fin de la vida, sino como parte de ella, una nueva etapa en la que incluso (y esto nos parece genial), existe un manual que le enseña a los fantasmas “cómo vivir”. Esa ironía, ese aparente absurdo, construye toda la narrativa de Beetlejuice.
Esta idea nos lleva directamente a los relatos de Franz Kafka en sus obras más conocidas como La metamorfosis, El castillo y El proceso. Gregorio Samsa despierta como un insecto y lo que más le preocupa es su trabajo, no el hecho de que es un enorme insecto.
Todo esto lo decimos porque es importante ver hacia dónde evolucionó la premisa de la primera cinta hacia la secuela de Beetlejuice Beetlejuice. Mientras que en la producción de 1988, como les contamos, la idea gira en torno a la muerte mientras la segunda parte da un giro completo para enfocarse en lo que creemos es el contrario: Life Happens.
Burton y Keaton descubrieron que había una buena forma de traer de vuelta el universo de Beetlejuice, y era enfocándose en los vivos, no en los muertos ni los fantasmas. ¿Por qué? Porque como nos reveló el director, su perspectiva de la vida cambió al vivirla: se casó, tuvo hijos, tuvo problemas, los resolvió, hizo películas buenas, unas no tantas. Burton vivió, y así cambió por completo su forma de ver las cosas.
Esto es brillante, además de bello. No es que su idea de la muerte como parte de la vida haya cambiado. Sino que descubrió que lo que se hace en vida, en caso de existir un afterlife, se carga hasta el otro lado. Entonces, las decisiones que se toman aquí, serán eternas en el más allá.
Así, Beetlejuice Beetlejuice se enfoca en Lydia (Winona Ryder), aquella adolescente gótica que se sentía más cómoda entre los fantasmas que entre los vivos. Ahora la vemos cómo una famosa medium que se dedica a hablar con los fantasmas que habitan las casas.
Tiene un exitoso programa de televisión producido por Rory, su novio. Lydia aún se comunica con su padre y su madrastra, Delia. Pero con quien de plano no habla es con su hija, una joven llamada Astrid que cree que su madre es una farsante y mentirosa. ¿La razón? Lydia asegura no poder ver al padre fallecido de Astrid.
La vida sucede. Lydia ha cometido errores, pero también muchos aciertos. Y es momento de que tanto ella como Astrid los descubran para replantear, de una vez por todas, ese acercamiento hacia la muerte como una opción en lugar de algo que forma parte de un proceso, algo que eventualmente llegará, pero en lo que sucede, vale la pena vivirlo aquí, junto a la familia y los seres queridos.